Por Lukas Fiala
El discurso del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ante la Asamblea General de la ONU esta semana fue muchas cosas, pero ciertamente no un homenaje a las Naciones Unidas.
Mostrando su conocido escepticismo hacia el multilateralismo y su rechazo al globalismo, Washington volvió a dejar claro que, en realidad, no desea liderar el mundo que ayudó a construir hace ochenta años.
No obstante, lo que la intervención de Trump dejó más claro que nada es que la ONU se encuentra actualmente atrapada entre las visiones contrapuestas del orden mundial de Estados Unidos y China.
En efecto, sobre el papel, los discursos del presidente chino, Xi Jinping, y de Trump sobre la ONU difícilmente podrían ser más distintos.
Al afirmar que “la ONU no solo no resuelve los problemas que debería, sino que con frecuencia crea nuevos problemas que nosotros tenemos que resolver”, Trump dejó claro que la organización no es una prioridad en la política exterior estadounidense, en línea con el énfasis de la Casa Blanca en defender la soberanía nacional y rechazar el globalismo.
Hace apenas tres semanas, durante su discurso en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Tianjin, Xi declaró en contraste: “Debemos salvaguardar firmemente el estatus y la autoridad de la ONU, y garantizar su papel insustituible y fundamental en la gobernanza mundial”.
Para Trump, la ONU no es más que un símbolo del exceso globalista, un foro de debate con escasa utilidad para resolver los verdaderos problemas del mundo.
Para Xi, en cambio, la ONU constituye la pieza central de la estrategia de China para reformar el sistema internacional a su propia imagen, al tiempo que proyecta una voz china más firme dentro de las organizaciones e instituciones internacionales.
Puede parecer obvio, pero criticar a la ONU en un momento de disrupción global —desde la no proliferación hasta la inteligencia artificial y la crisis climática— solo juega a favor de Pekín.
Durante la última década, China ha invertido importantes recursos en moldear el multilateralismo contemporáneo y, en su núcleo, la ONU, de acuerdo con sus propios intereses.
Esto ha derivado en un aumento gradual de la influencia china dentro de la organización multilateral, como reflejan diversos indicadores, entre ellos los nombramientos de personal y las crecientes responsabilidades presupuestarias.
El enfoque de Pekín ha sido multidimensional: desde asumir un papel más relevante en las misiones de mantenimiento de la paz de la ONU, hasta colocar a funcionarios chinos en carteras clave dentro de la organización, como la FAO y la ONUDI.
Además, China ha sido más selectiva al promover su propio discurso de política exterior en asuntos de especial interés, como la guerra de Rusia en Ucrania o las cuestiones de derechos humanos.
No todas estas tácticas han sido igualmente exitosas, pero es probable que China perciba el momento actual como una oportunidad clave para ampliar esos esfuerzos anteriores y beneficiarse del repliegue estadounidense.
Como señalé la semana pasada, las grandes potencias tienden, en última instancia, a adoptar un enfoque selectivo hacia sus compromisos, reglas y normas internacionales. Nos guste o no, tanto Pekín como Washington han incumplido en ocasiones sus obligaciones multilaterales.
Desde la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, que Estados Unidos no ha ratificado y China ignora convenientemente en sus operaciones de “zona gris” en el mar de China Meridional, hasta el Tratado sobre el Comercio de Armas, que China ha firmado, pero Estados Unidos tampoco ha ratificado, el poder nacional otorga a ambas capitales cierto grado de excepcionalismo en su relación con la ONU y el derecho internacional en general.
Sin embargo, al menos para Washington, esto no debería servir de excusa para apartarse de la ONU como pilar fundamental del orden internacional.
Hacerlo solo agravaría los déficits existentes en la gobernanza global y otorgaría carta blanca a una potencia rival con un interés y, cada vez más, una capacidad muy fuertes para remodelar la organización desde dentro.
En medio de una renovada competencia entre grandes potencias, ochenta años después de su fundación, la ONU podría estar enfrentando su mayor desafío hasta la fecha.
Lukas Fiala es director del proyecto China Foresight en LSEIDEAS.




