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Académicos chinos ven la estrategia de Rusia en Venezuela como un modelo de proyección de poder híbrido en el patio trasero de Estados Unidos

El presidente ruso Vladímir Putin se reúne con el presidente venezolano Nicolás Maduro en el Kremlin de Moscú, el 7 de mayo de 2025. (Foto: Alexander Zemlianichenko / POOL / AFP)

En medio del continuo deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela, un análisis del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Academia China de Ciencias Sociales ofrece una valiosa perspectiva sobre cómo Rusia amplía su influencia global mediante alianzas selectivas en América Latina.

Al centrarse tanto en la cooperación militar como en la diplomacia energética, Gao Fei y Guo Xi explican cómo Venezuela se ha convertido en uno de los puntos de apoyo estratégicos más importantes de Moscú en el hemisferio occidental.

Históricamente, la relación de Rusia con América Latina se centró principalmente en aliados revolucionarios, como Cuba y Nicaragua, durante la Guerra Fría. En contraste, las relaciones soviético-venezolanas fueron relativamente discretas. Solo tras la caída de la Unión Soviética, Venezuela emergió como un socio clave para la recuperación geopolítica de Moscú en la era pos-Guerra Fría.

TÍTULO TRADUCIDO: “La lógica evolutiva de la política exterior de Rusia hacia los países de América Latina: Intereses, objetivos y tareas”.

Aunque ambos países establecieron relaciones diplomáticas en 1945, durante la Guerra Fría las adquisiciones de defensa de Venezuela dependieron principalmente de Estados Unidos y Europa Occidental. La “Revolución Bolivariana” de 1982 marcó un punto de inflexión, cuando un gobierno de izquierda comenzó a priorizar la soberanía nacional y buscó gradualmente liberarse de la dominancia política estadounidense.

Bajo el presidente Vladímir Putin, Rusia y Venezuela forjaron una asociación estratégica integral basada en la solidaridad antihegemónica y la cooperación pragmática.

Políticamente, Moscú se posicionó como un firme respaldo al gobierno de Maduro. Un momento simbólico ocurrió en diciembre de 2018, cuando Rusia envió bombarderos estratégicos de largo alcance a Venezuela en señal de apoyo.

Militarmente, ambos países firmaron una serie de acuerdos de cooperación técnica, y Caracas incluso propuso otorgar a Rusia acceso a la base militar de la isla La Orchila. En 2019, aviones de transporte rusos entregaron 35 toneladas de suministros a Caracas.

Desde la perspectiva de Moscú, su política militar hacia Venezuela responde a una doble lógica estratégica:

  1. Establecer una base avanzada de influencia en el hemisferio occidental como contrapeso a la dominancia militar de Estados Unidos.
  2. Asegurar acceso a las vastas reservas de petróleo y gas de Venezuela como parte de la red energética global de Rusia.

Entre 2001 y 2014, las exportaciones rusas de armamento a Venezuela aumentaron significativamente, alcanzando aproximadamente 14.500 millones de dólares, incluyendo cazas Su-30MK, helicópteros Mi-35 y Mi-17, tanques, artillería autopropulsada y sistemas avanzados de defensa aérea como el S-300VM.

La cooperación energética reforzó aún más la alianza. A pesar de poseer el 17,5 % de las reservas probadas de petróleo del mundo, la producción venezolana ha estado limitada por sanciones y restricciones tecnológicas. La participación rusa no solo buscó dividendos energéticos, sino también reforzar la alineación ideológica y diplomática. Desde 2001, ambos países institucionalizaron su asociación energética, centrándose en proyectos de crudo pesado en la Faja del Orinoco.

El gigante energético estatal ruso Rosneft desempeñó un papel central, formando empresas mixtas con la petrolera nacional venezolana (PDVSA) en varios yacimientos de petróleo y gas. Notablemente, en la mayoría de estos proyectos conjuntos, Rosneft mantuvo deliberadamente un límite de participación del 40%, reflejando el respeto declarado de Moscú por la soberanía petrolera venezolana y el simbolismo político de una “asociación en lugar de dominación”.

Tras la crisis económica de Venezuela, Rusia se convirtió efectivamente en su línea de crédito vital. A través de mecanismos como pagos anticipados por entregas de petróleo, reestructuración de deudas y acuerdos de deuda por crudo, Moscú amortiguó el colapso fiscal de Caracas mientras extendía su influencia. 

La Iniciativa de Asociación Estratégica Conjunta de 2025 entre ambas naciones reafirmó su intención de coordinar acciones bajo el marco de OPEP+, evitar competencia depredadora y estabilizar conjuntamente los mercados energéticos globales. Para Rusia, OPEP+ representa una plataforma multilateral clave para contrarrestar las sanciones occidentales; para Venezuela, ofrece legitimidad y supervivencia económica.

¿Por qué es importante?

Este artículo ilustra cómo la diplomacia rusa hacia Venezuela se caracteriza por una compleja interacción entre señalamiento geopolítico, estrategia de exportación de armamento e interdependencia energética.

Venezuela no solo funciona como un aliado ideológico en la coalición antiestadounidense de Moscú, sino también como un campo de pruebas para el modelo ruso de proyección de poder híbrido en América Latina.