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La influencia de Estados Unidos está a prueba en Colombia con la Franja y la Ruta

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, habla durante la segunda conferencia global de la Organización Mundial de la Salud sobre contaminación del aire y salud en Cartagena, Colombia, el 27 de marzo de 2025. (Foto de Manuel Pedraza / AFP)

La decisión de Colombia de unirse a la Iniciativa de la Franja y la Ruta liderada por Pekín marca un cambio significativo en la competencia estratégica entre China y Estados Unidos en América Latina y el Caribe (ALC).

En un momento en que Estados Unidos busca contrarrestar la influencia de China en la región, la decisión de Bogotá no debería pasar desapercibida y tiene implicaciones más amplias para Colombia y la región.

Colombia es uno de los aliados más tradicionales de Estados Unidos en la región. Por ejemplo, es el único país de la región que es socio global de la OTAN.

Estados Unidos es el mayor socio comercial de Colombia, una relación ampliada por un Acuerdo de Promoción Comercial actualmente en vigor. También ha proporcionado una ayuda significativa al gobierno colombiano en su conflicto armado con guerrillas y carteles de droga, en la llamada “guerra contra las drogas”.

Todo esto indica que Colombia ha mantenido una estrecha alineación con Estados Unidos en los ámbitos económico, estratégico y de seguridad a lo largo de los años.

En contraste, desde el establecimiento de lazos diplomáticos en 1980, la relación entre Colombia y China se ha centrado principalmente en el comercio, con Pekín convirtiéndose en el segundo mayor socio comercial de Bogotá.

Sin embargo, han persistido fricciones. Colombia ha considerado la postura asertiva de China en el Mar del Sur de China como un desafío a las normas internacionales, particularmente en relación con las disputas marítimas de Bogotá con Nicaragua.

De hecho, una exministra de Relaciones Exteriores colombiana incluso equiparó los objetivos de Nicaragua con los de China, titulando su libro La llegada del dragón.

En un país con una historia de gobiernos conservadores y anticomunistas, la decisión de buscar la independencia estratégica no es sencilla.

La elección de Gustavo Petro como presidente en 2022 introdujo un posible reequilibrio en las relaciones exteriores de Colombia. Un año después de su toma de posesión, el presidente Petro viajó a China y se reunió con el presidente Xi Jinping, continuando una larga tradición de visitas de alto nivel que llevaron a cabo los expresidentes Ernesto Samper (1996), Andrés Pastrana (1999), Álvaro Uribe (2005), Juan Manuel Santos (2012) e Iván Duque (2019).

Lo que distinguió la visita de Petro fue el establecimiento de una Asociación Estratégica entre ambos países, que comprometió la expansión de los lazos comerciales e insinuó la posibilidad de que esta expansión pudiera incluir la Iniciativa de la Franja y la Ruta.

Desde 2024, Colombia ha estado explorando la posibilidad de unirse a la Franja y la Ruta, incluso estableciendo un grupo de trabajo con China para tal fin.

Recientemente, el presidente Petro anunció que formalizará la adhesión de Colombia a la Franja y la Ruta en una próxima visita a China. Esta decisión llega pocos meses después de que Panamá, otro país estrechamente alineado con Estados Unidos, anunciara su retiro de la Franja y la Ruta tras la presión diplomática ejercida por Washington sobre la nación centroamericana.

En América Latina y el Caribe, la Franja y la Ruta ha arrojado resultados mixtos. Aunque varios proyectos de infraestructura en la región han estado vinculados a empresas estatales o privadas chinas, su conexión formal con la Franja y la Ruta a menudo es ambigua.

Esto refleja un malentendido más amplio: la Franja y la Ruta no es simplemente una colección de carreteras, ferrocarriles y puertos. También incluye proyectos energéticos, inversiones mineras, financiamiento de proyectos, cooperación en medios de comunicación e incluso la creación de redes comerciales y de negocios.

Los objetivos económicos y políticos más amplios perseguidos por la Franja y la Ruta en la región—ya sea la proyección de poder o asociaciones de beneficio mutuo— también deben considerarse. Precisamente por esto, la decisión de Colombia podría ser tan trascendental.

Las tensiones entre Bogotá y Washington estallaron recientemente durante una breve crisis diplomática en enero de 2025, desencadenada por un intercambio en redes sociales entre Petro y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Como resultado de la disputa, Trump amenazó con imponer sanciones a Colombia, lo que llevó a Petro a retroceder y destacó el grado de dependencia estratégica de Colombia respecto a Estados Unidos.

Este episodio pudo haber reforzado el deseo de Petro de diversificar las alianzas internacionales de Colombia y reducir la vulnerabilidad a presiones externas.

No todos en Colombia están convencidos de que este sea el camino correcto. Los críticos argumentan que la Franja y la Ruta puede no ser una elección estratégicamente sólida; incluso dentro de la propia administración de Petro hay señales de desacuerdo.

En un país con una historia de gobiernos conservadores, proestadounidenses y anticomunistas, los esfuerzos por forjar una política exterior más independiente están cargados de riesgos políticos internos, especialmente si dan la impresión de alinearse con China en la rivalidad más amplia entre Estados Unidos y China.

El giro de Colombia hacia la Franja y la Ruta es más que un gesto diplomático. Es una prueba de hasta dónde está dispuesto a llegar el país —y la región— para redefinir su lugar en un orden global en transformación.

Alonso Illueca es investigador no residente para América Latina y el Caribe de CLA