Managua revive su plan de un canal nicaragüense como alternativa al Canal de Panamá, en medio de la competencia entre China y Estados Unidos por influencia en América Latina.
La oportunidad perdida de Nicaragua
En América Latina, la palabra “canal” casi siempre evoca a Panamá, pero no siempre fue así. Nicaragua también estaba en la contienda cuando Estados Unidos decidió construir un canal interoceánico en el hemisferio. Fue una decisión reñida, pero el presidente de Estados Unidos, William McKinley (1897-1901), finalmente apoyó a Panamá, citando el ferrocarril existente en el istmo y los restos de la construcción francesa previa.
Las razones de Nicaragua para construir un canal se parecen a otros proyectos diseñados para desafiar el control de Panamá sobre la logística marítima hemisférica, como los Corredores Bioceánicos Central y de Capricornio en Sudamérica o el Corredor Interoceánico en México.
Independientemente de si estos proyectos logran ese objetivo, Nicaragua ha estado impulsando la idea mucho antes de que el Canal de Panamá se viera envuelto en la rivalidad entre Estados Unidos y China. Su giro autoritario solo ha hecho más viable esta posibilidad. Al consolidar el poder y silenciar la disidencia, los copresidentes Daniel Ortega y Rosario Murillo han trabajado para mantener vivo el sueño del canal, abriendo espacio para que Pekín juegue un papel significativo.
El rol de Pekín en el Gran Canal
En 2012, Nicaragua presentó su Proyecto del Gran Canal Interoceánico, estableciendo un marco especial para avanzar en el plan. Un año después, el gobierno otorgó una concesión de 100 años a una empresa con sede en Hong Kong, HK Nicaragua Canal Development Investment (HKND), liderada por el magnate chino de telecomunicaciones Wang Jing.
Muchos vieron la concesión de 100 años a HKND y Wang como una cesión de soberanía. Con el tiempo, otros comenzaron a criticar el proyecto como una estafa. Las obras debían comenzar en diciembre de 2014 y completarse para 2020, pero en un giro dramático, Wang perdió cerca del 85% de su fortuna —9.100 millones de dólares— en el mercado de valores chino en 2015.
En 2018, HKND cerró sus oficinas en Hong Kong, aunque su concesión para construir el canal técnicamente seguía vigente. En 2021, la empresa de telecomunicaciones de Wang, Xinwei, fue retirada del mercado de valores chino en medio de acusaciones de que servía como punta de lanza para operaciones chinas en el extranjero, incluyendo Ucrania, Tanzania y Nicaragua.
Ese mismo año, Nicaragua cambió su reconocimiento diplomático de Taiwán a China, con el proyecto del canal como uno de los incentivos para la decisión. Desde entonces, Nicaragua se ha convertido en el aliado más cercano de China en Centroamérica, incluso promoviendo el estatus de observador de Pekín en instituciones regionales.
Crece la oposición en el país y en el extranjero
Las críticas al canal han aumentado, no solo por preocupaciones sobre la soberanía, sino también por parte de ambientalistas, trabajadores rurales y grupos indígenas. Las expropiaciones de tierras desencadenaron protestas, arrestos y desplazamientos. Se estima que, de construirse, el canal desplazaría a unas 120.000 personas.
Los grupos indígenas incluso llevaron a Nicaragua ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH). Durante el proceso, el descenso del país hacia el autoritarismo se hizo más evidente, especialmente tras las protestas de 2018.
En 2021, Nicaragua se retiró de la Organización de los Estados Americanos, con efecto en 2023. Al año siguiente, la CorteIDH dictaminó que el proyecto del canal violaba los derechos de propiedad de los indígenas y carecía de consentimiento libre, previo e informado.
Para 2024, tras más de una década de retrasos, el gobierno revocó la concesión de HKND. Sin embargo, el sueño del Gran Canal persiste, y el régimen ha mostrado disposición a aprovechar la inversión china, aunque no está claro si Pekín seguirá involucrado.
El futuro incierto del canal
En el actual panorama geoestratégico, las preocupaciones de China sobre el acceso futuro al Canal de Panamá y su red logística son reales. En teoría, un canal nicaragüense podría ofrecer una alternativa confiable. El país está firmemente alineado con Pekín y dispuesto a confrontar a Washington.
Sobre el papel, el proyecto podría competir con el canal de Panamá en distancia y eficiencia de costos, superando incluso a los ferrocarriles bioceánicos planeados en Sudamérica en algunos aspectos. Sin embargo, los megaproyectos de esta escala enfrentan más que obstáculos financieros: la previsibilidad es crucial.
Mientras Brasil, Perú y Bolivia mantienen relaciones amistosas con Pekín, sus sistemas democráticos sugieren que las alianzas pueden cambiar rápidamente. En el próximo año, todos estos países acudirán a las urnas para elegir nuevos presidentes, y en cada uno, figuras de oposición están dispuestas a revisar sus políticas hacia China.
Por el contrario, Nicaragua parece más predecible, al menos en la superficie. Ortega parece estar preparando a Rosario Murillo y a su hijo, Laureano, como sucesores. El régimen también ha mostrado disposición a otorgar a China un control a largo plazo sobre proyectos. Pero los regímenes autoritarios pueden colapsar repentinamente, lo que añade incertidumbre.
Otro factor limitante es que Pekín podría no querer provocar a Washington al impulsar un canal en lo que históricamente se ha considerado la esfera de influencia de EE.UU. Combinado con los otros desafíos que dificultan la realización del proyecto, el futuro del Gran Canal Interoceánico de Nicaragua sigue siendo incierto; por ahora, parece ser poco más que un gran sueño.
Alonso Illueca es investigador no residente para América Latina y el Caribe en CLA.




